jueves, 26 de marzo de 2009

Miseín.


Las mujeres somos esa cárcel que buscas para apuñalar e inmortalizar con tinta. Esa cárcel con barrotes suaves y sutiles. La confianza quemó nuestras pestañas, noches diferentes, y las seguirá quemando mientras intentemos conservar prendida la llama. Ya no me persigas cárcel, ni mujer con toda la traición que te roba y aleja. Me amas con rabia y me tomas sin preguntarlo todas las veces que no quiero, brutal, entero, descargando tu odio más profundo y sincero. Todo tácito, entre los dientes, vamos guardando nuestro devoto rencor mutuo, silencioso y escurridizo, que se deja ver a medias, y se cuela en nuestra sábana, royendo las raíces de nuestro árbol.
Acunamos tiempo bajo los párpados cansados, la cara se nos va tornando violeta, y las manos se cansan mientras se acostumbran, pero seguimos apretando la soga, la soga que nos amarra, nos la apretamos mirándonos la cara, a los ojos, a los ojos ciegos, con la boca abierta, con la boca jadeante, ojos abiertos bocas abiertas, reviviendo las lágrimas que brotan, las lágrimas que brotan para adentro sin asomarse, inundando el vació de estos nuestros cuerpos esclavos.
Perra que ladra y se sienta en tu regazo, perra que te besa dulce y te abraza fuerte. Pero con la gratificante certeza estúpida, de ser tu perra más querida, por el tiempo que dure y perdure. Lloras con fuerza como un niño chico, lloras, mientras no estoy, dejando abiertas y escondidas las páginas de donde puedo creer encontrarte, rozarte endeble y humano. Si me vas a matar; matame, si nos vamos a matar; matémonos, pero hagámoslo, llevemos al extremo nuestro amor, que se fusione y colisione. Dale, seguí diciéndome perra para vos mismo, en tu cabeza, donde más resuene, hasta que te animes a gritarlo fuera de tus hojas, fuera de tus manos. Yo también te voy a llamar perro, egoísta, misógino… no soy buena insultando… si estuvieras cerca te pegaría o besaría, PERO de verdad cualquiera de las dos opciones, te pegaría o besaría hasta el cansancio, el límite, la verdad.